En esta oportunidad compartimos la segunda parte de la valiosa historia familiar de Ricardo Vatteroni. Ella reúne la vida de los abuelos italianos que no conoció y otros que sí llegaron a Argentina desde tierras europeas. Una madre idealista y un padre revolucionario.
Enrico Vatteroni: la búsqueda de un lugar donde se respire revolución
En la primera parte, comentamos que Enrico tuvo que huir de Italia. El comunismo era el nuevo enemigo de los gobiernos europeos consolidados en la posguerra. Así es que -hacia 1948- emigraba a Argentina.
Lo motivaba, en parte, la prometedora economía nacional. Pero, sobre todo, le seducía la idea de migrar a un espacio “contenedor de los ideales que ya no encontraba en la Italia que había ayudado a liberar”. Aquí se vivían tiempos de efervescencia de movimientos sociales y sindicales.
En los primeros años, Vatteroni recorrió el extenso territorio hasta radicarse finalmente en Tucumán. Aquí se dedicaría al oficio de la tornenería mecánica, siendo muy reconocido en ello. También conoció a su esposa, María Elena, con quien formaría una familia de la cual Ricardo es único hijo. Asimismo, en los años sesenta y setenta, gerenció la concesionaria Fiat tractores (ubicada en el departamento de Concepción).
Breve regreso a Italia y sus últimos años
Enrico solo regresó a Italia en el ’77 y ’79 cuando Sandro Pertini era presidente. “Entonces no reclamó siquiera la pensión de Guerra. Desempañó su oficio de manera ejemplar y vivió siempre conforme a sus ideales”. Él sufriría mucho los procesos militares y la guerra de Malvinas. Conocía al enemigo: había sido reclutado y entrenado por ellos durante la Segunda Guerra. “Enviudó de mi madre en el ’84 y diez años después, en 1994, decidió morir. Quizás estaba cansado de tantas imposiciones de la vida”, cuenta Ricardo Vatteroni.
María Elena Fagnani, madre de Ricardo
María Elena fue la hija única del matrimonio de José Fagnani e Inés Mirande. Brillante estudiante en todos sus niveles, se graduó en la Facultad de Filosofía y Letras (UNT).
La madre de Ricardo fue contemporánea a intelectuales tucumanas de renombre, como Genié Valentié y Lucía Piozzek Previch. “Ella constituía la perfección de la mixtura de hijos de inmigrantes de la primera y segunda generación”. Su deber como hija de inmigrantes referentes de la sociedad tucumana (idóneos artesanos, comerciantes y profesionales) era el de exaltar el mandato social del éxito.
Para Ricardo Vatteroni, la unión de sus padres era la de un revolucionario y una idealista. Ella debió desviarse de su proyecto individual para convertirse en digna representante de los movimientos sociales. Nos referimos a los que sacudían a toda Europa (el Mayo del 68, por ejemplo) y tenían sus réplicas en Latinoamérica.
“Pugnar por un mundo mejor le valió, de algún modo, una opacidad en su desarrollo como intelectual. Obviamente, para los procesos represivos de esos años el oficio de pensar distinto es peligroso”. María fallecería joven, con 54 años.
Epílogo: reflexiones finales de Ricardo Vatteroni
La vuelta sobre la propia historia familiar constituye un paseo no solo por la memoria, sino también por el corazón. Por ello, Ricardo Vatteroni nos comparte algunas reflexiones que surgieron a raíz de este recorrido. “En mi familia existen dos paradigmas de historias de inmigrantes. La de mi abuelo materno, un virtuoso llegado de niño que triunfó socialmente con esfuerzo. Logró convertirse en un referente de la sociedad. Por otro lado, la historia de mi padre. Era un portador de ideas progresistas que sublimaron el proyecto personal en pos de una sociedad más justa”.
Autor foto de portada: Ricardo Vatteroni.
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¡Gran historia!